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Nuevas fórmulas

Por Yolanda Camacho Zapata

Abril 08, 2025 03:00 a.m.

A

¿Tiempos pasados fueron mejores? No estoy segura. Sin embargo, a últimas fechas veo entre las personas una fuerte corriente que arrastra a romantizar todo lo que suene a aquello en lo que creíamos antes. 

Por ejemplo, en otros tiempos, no muy atrás, había cierta fórmula que se nos enseñaba para poder sobrevivir: uno primero tenía que estudiar, procurando ser buen estudiante. Con buenas calificaciones se encontraría un empleo y siendo buen trabajador se podría escalar hacia la cima. Con eso, se adquirirían ciertas prestaciones y beneficios que permitirían eventualmente poder comprar un lugar para vivir y adquirir, a través de la seguridad social, el acceso a atención médica, servicios educativos y de otra naturaleza, como por ejemplo créditos para comprar muebles o cuidados en guarderías para nuestros hijos. El estado entonces fungía como interventor y facilitador de esta fórmula, formando instituciones adecuadas para tales servicios y en otros casos, regulando a otras organizaciones que pudiesen prestar bienes similares. En algunas ocasiones, el estado simplemente se hacía de lado. 

En esta fórmula de “éxito personal y profesional”, era esperado entregar cuerpo y alma a cualquier actividad, pero, especialmente, al momento de trabajar. Se generaron entonces métodos de trabajo donde quien prácticamente viviera en las oficinas, tendría mejores oportunidades y no necesariamente los más competentes o eficientes. Se trataba  de mostrar el “compromiso” con la organización a través de larguísimas horas de trabajo. Entonces, las dinámicas familiares fueron afectadas y los roles de género se intensificaron fortaleciendo la imagen de los padres proveedores, pero que no tenían mayor vida familiar porque sencillamente, no estaban nunca en la casa debido a que estaban siempre a en la oficina. 

Eventualmente algo comenzó a fallar. Las contrataciones laborales con prestaciones de seguridad social se volvieron especie en peligro de extinción y se comenzó a ver que a pesar de jornadas interminables no se lograba ningún beneficio personal, sino que al contrario: surgieron con fuerza problemas de salud física y mental, además de brechas en las relaciones familiares que muchas veces acabaron sucumbiendo ante el trabajo. 

Entonces, hace ya años atrás, alguien, algunos, se dieron cuenta que la fórmula se había roto, que ya no podía sostenerse. Los entonces niños, ahora jóvenes ya en vísperas de entrar a la vida laboral, vivieron de primera mano esas rupturas y ellos, a diferencia de nosotros, entendieron que debían de construir un proyecto distinto, recuperar lo que sus papás habían perdido: horas con ellos, horas para sí mismos, disfrutar. Vivir bien, en serio bien. 

Muchos no entendemos eso. Vemos a los jóvenes de ahora muy despreocupados por su futuro, muy poco comprometidos con sus empleos, y eso es parcialmente cierto. Sólo parcialmente, porque si nos damos tiempo a realmente hablar con ellos, lo único que quieren es tener vida, pasar tiempo con sus amigos, disfrutar con sus amigos, desarrollar las actividades para las cuales son buenos y que no necesariamente encajan con sus vidas laborales. Ellos entienden qué significa comer bien, saben que uno necesita relajarse y buscan maneras de integrar todas sus experiencias y no enfocarse única y exclusivamente en trabajar. Pues no se a usted, lectora, lector querido, pero no suena mal. 

Esto no excluye, por supuesto, el hecho de que algunos de ellos quieran llevar una vida gratuita, sin poner el menor esfuerzo en nada y, estoy segura, a ellos también les pasarán factura sus decisiones. Sin embargo, no creo que la vida a la que ellos aspiran sea mala, simplemente es distinta porque el contexto donde ellos se están desarrollando poco tiene que ver con el espacio de años, donde estaban aseguradas las condiciones para que las fórmulas funcionaran. Ellos están viviendo sin las ecuaciones de antes porque los problemas ya son otros. Juzgarlos entonces como superfluos o desinteresados es evaluarlos a la ligera. Quizá valdría más bien, preguntarnos si ellos sí entendieron  y más bien nosotros somos los que necesitamos nuevas fórmulas.