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Tres ideas al vuelo

Por Jorge Chessal Palau

Junio 09, 2025 03:00 a.m.

A

Quiero compartir con ustedes tres reflexiones breves sobre sendos temas de interés.

Primera: “No me digan Andy”. El López, hijo y tocayo del otro López, hace un atento llamado a la ciudadanía para que no le digan Andy. En un podcast que conduce la hija de Arturo Alcalde y Berta Luján (se llama Luisa María pero no vaya a ser que también prefiera que se le conozca más por su ascendencia que por ella misma, como le pasa a Andy), dijo el secretario de organización de MORENA: “Yo me llamo Andrés Manuel López Beltrán, y mi más grande orgullo es llamarme como el mejor presidente que ha tenido este país, el llamarme Andy es demeritar eso, quitarme ese legado, quitarme ese nombre.”

Como a confesión de parte relevo de prueba, queda evidente que no es necesario que indagamos en la autoestima de Andy, que hace descansar toda su identidad en ser hijo de quien es y no en sus méritos propios. Lo que importa son las palabras que lo designan y no sus resultados (si los hubiere), sus acciones (si acaso las hiciere) o su presencia (si acaso la tuviere) para reducirse al tocayazgo como símbolo de su “éxito”.

Segunda: Ministro chicharrón. Arístides Rodrigo Guerrero García tomó una decisión importante, luego de que quedó registrado como candidato a ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Unión: ganar conforme las reglas que la Constitución General de la República y el Instituto Nacional Electoral decidieron.

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Diseñaron una elección en la cual, además de volantes y eventos muy acotados y restringidos, las redes sociales eran el camino a seguir. Y Arístides le entendió. Y Arístides ganó.

Se hizo popular desde el inicio de su campaña con un video donde unos jóvenes lo comparan con un chicharrón, “por preparado”, lo que le valió inmediatamente muchas críticas dada la banalización que llevaba implícita en relación con el alto cargo al que aspiraba. Muchos se cuestionan como es que ganó con esa campaña chabacana y simplona.

Pues justamente por eso, por jugar con las reglas de las redes sociales, las reglas de INE. No hizo otra cosa más que seguir el rumbo que le marcaron.

Valdría la pena que quienes lo critican tanto, sobre todo ciertos intelectuales a quienes disgustó su video de lanzamiento y que se cansaron de decir que se debería tener cuidado con los perfiles y merecimientos de los candidatos, tomarán en cuenta que el nuevo ministro es licenciado, maestro y doctor en derecho, que ha ocupado cargos jurisdiccionales y que además ha tenido experiencia en áreas sensibles como la titularidad del órgano garante de la transparencia en la Ciudad de México.

Podrá desempeñarse bien o mal, ya veremos. Por lo pronto, hizo la tarea y será ministro electo; despreciar eso es falta de visión. 

Tercera: semana inglesa. Circula en el Poder Legislativo un dictamen para reformar la fracción IV del apartado A del artículo 123 constitucional para sustituir la relación de seis días de trabajo por uno de descanso, para quedar: “IV. Por cada cinco días de trabajo deberá disfrutar el operario de dos días de descanso, cuando menos.” Obviamente, con salario íntegro y de aplicación general a todos los contratos de trabajo. ¿El efecto práctico? Fijar la semana laboral ordinaria en 40 horas.

Los defensores de la reforma dicen que la productividad aumentará al estar los trabajadores más descansados. Puede ser, pero depende de complementar la reducción de jornada con otros elementos, como estímulos fiscales, entre otros.

Industrias de operación continua, como manufactura, minería, transporte, salud, funcionan con turnos rotativos y costos fijos elevados. Reprogramar líneas de montaje exige invertir en personal adicional, automatización y logística, costos que no todas las empresas pueden enfrentar y, que finalmente, llegarán al bolsillo del consumidor o usuario final.

¿Suena bien la “semana inglesa” (sí, así se conoce a la de 40 horas laborables)? ¿Cómo sonará la economía nacional si se hace como la reforma judicial, descuidada y rapidito?

@jchessal