CHICHARITO: AY QUÉ FLOJERA
Hace unos días comenté en Instagram, en un video de Javier “Chicharito” Hernández. Lo sigo desde hace años, lo admiro como futbolista, como seleccionado nacional, y reconozco su trayectoria porque me apasiona el fútbol. Pero eso no significa que esté de acuerdo con todo lo que dice. Ya es sabido los comentarios logo centristas, patriarcales que emitió, y después, en lo que quiso darle reversa, que a mi juicio, empeoró. Esta vez, ni siquiera terminé de ver el breve video donde aparece con unas flores: bastó con intuir hacia dónde se dirigía el comentario para escribirle algo tan simple como: “Ay, qué flojera.” Ese comentario, quizá el más breve que he hecho, recibió casi veinte mil “likes” y alrededor de 220 respuestas negativas hasta este momento en que escribo esta columna. La mayoría, “ofensivas”. Muchas provenientes de hombres jóvenes, que no solo me descalificaban por el contenido de mi opinión, sino por el hecho de ser mujer y de tener cierta edad. “Vete a limpiar tu casa”, “de seguro no tienes qué hacer”, “su silla, señora”, “lesbiana” “por eso estás soltera” “por eso nadie te quiere”, eran algunas de las frases que se repetían. Incluso hubo quienes entraron a mis propios contenidos para dejar burlas y comentarios fuera de lugar.
No me sorprendió ni me ofendió. Es una muestra clarísima de cómo funciona el machismo en redes: rápido, agresivo y con total impunidad. Lo que sí llamó mí atención, y mucho, fue ver a mujeres defendiéndolo. Mujeres que justificaban el comentario y aceptaban como algo natural la suposición que él planteaba en su video. Mujeres que, tal vez sin darse cuenta, reproducen y perpetúan las mismas ideas que históricamente han limitado sus propios derechos. Ahí es cuando comprendo, una vez más, que el patriarcado no es un edificio sostenido únicamente por hombres: muchas mujeres lo apuntalan todos los días. Este episodio, más que indignarme, me hizo reflexionar sobre algo muy cercano y que me llena de orgullo. En mi casa hay dos hombres: mis hijos, uno de 17 años y otro de 11. El mayor, al enterarse de lo que estaba pasando, me dijo: —Mamá, aguanta vara. Si ya lo dijiste y lo crees, ¡aguanta vara!. El menor, apasionado del fútbol y seguidor del Chicharito, fue tajante: —… es que sí se la voló. Con esto fue claro: mi lucha feminista también se libra en casa. No se trata solo de dar conferencias, escribir artículos o alzar la voz en redes sociales. Se trata de formar en lo cotidiano, de transmitir valores y perspectivas que permitan reconocer la injusticia incluso cuando viene de alguien a quien admiramos. Mis hijos pueden estar o no de acuerdo conmigo en otros temas, pero ya tienen claro que un comentario machista es eso: machismo. Educar en el feminismo no es adoctrinar; es ofrecer herramientas para pensar, para cuestionar, para no aceptar como “normal” lo que históricamente ha sido injusto. Y no pretendo cambiar las opiniones de cientos de desconocidos en internet, pero si consigo que dos jóvenes —mis hijos— crezcan con esa mirada crítica.
Lo que empezó como un comentario breve en un video se convirtió en una radiografía de nuestra cultura: la facilidad con la que se agrede a una mujer que opina, el entusiasmo con que se defiende a figuras públicas aunque sus palabras sean cuestionables, y la resistencia que todavía existe para aceptar que el respeto no es una concesión, sino un derecho. Aunque la experiencia tuvo su dosis de incomodidad, me quedo con lo esencial: mis hijos vieron, escucharon, analizaron… y se pronunciaron. Ese es un pequeño gran triunfo. Porque el feminismo no se hereda en discursos, se siembra en ejemplos y entienden que todos, todas, todes, beneficia.
vanessacortesc@hotmail.com
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