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FRANKESTEIN O EL MONSTRUO MÁS HUMANO

Por Vanessa Cortés Colis

Septiembre 12, 2025 03:00 a.m.

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El 30 de agosto se celebró el nacimiento 228 de Mary Shelley, autora de “Frankenstein o el moderno Prometeo”, una novela que además de sus dosis de ciencia ficción, creó un mito que, más de dos siglos después, sigue vivo. Lo fascinante es que la criatura engendrada por Víctor Frankenstein ha trascendido los límites de la literatura gótica para convertirse en un símbolo universal de lo humano.

    La mayoría de las representaciones cinematográficas se han enfocado en mostrar a un monstruo torpe, grotesco y aterrador, olvidando que Shelley lo concibió como un ser complejo, sensible y con una profunda capacidad de admirar la belleza del mundo. En las páginas de la novela, la criatura contempla los paisajes, se estremece con la música, lee a los clásicos, anhela amor y pide una compañera para no quedar condenado a la soledad. Más que encarnar la maldad, es un personaje que nace de la bondad, del deseo de pertenecer, de la necesidad de ser aceptado.

    Lo trágico del mito radica en que ese ser —capaz de lo más humano— es rechazado por su apariencia. El horror no está tanto en la criatura, sino en la mirada social que lo condena y lo margina. Allí se encuentra la esencia del relato de Shelley: la pregunta por la responsabilidad del creador frente a lo creado y, al mismo tiempo, una crítica al miedo que despierta lo distinto. En ese sentido, el monstruo se vuelve espejo de nosotros mismos.

    Umberto Eco decía que existe “lo bello de lo feo”. En “Frankenstein” se confirma esta paradoja: en lo que parece monstruoso se esconde la mayor ternura. Tal vez por eso su vigencia es indestructible: porque nos obliga a replantear nuestras categorías de lo humano, lo sensible y lo ético.

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    El subtítulo de “el moderno Prometeo”, no es un detalle menor: Shelley recupera el mito griego del titán que robó el fuego a los dioses para entregárselo a los hombres, y que fue castigado eternamente. Como Prometeo, Víctor Frankenstein juega a ser un demiurgo, desafía los límites del conocimiento y termina creando una criatura que se le escapa de las manos. La espiral mítica es clara: los relatos arquetípicos regresan una y otra vez porque en ellos reconocemos nuestra historia y nuestros temores más antiguos.

    Hoy, en tiempos de inteligencia artificial, ingeniería genética y tecnologías que rozan lo inimaginable, la pregunta sigue siendo la misma: ¿qué responsabilidad tenemos frente a lo que creamos? Esa es la razón por la que “Frankenstein” no envejece.

    El cine ha dado múltiples versiones de la historia. La imagen popular del monstruo con tornillos en el cuello, mirada torva y movimientos pesados se aleja del retrato literario. Lo que muchas adaptaciones no han logrado transmitir es su sensibilidad: la ternura con que Shelley lo dotó, la fragilidad de un ser que, más que horrorizar, conmueve.

    Ahora, la expectativa con la película de Guillermo del Toro. Si algo caracteriza al cineasta mexicano es su capacidad para rescatar la humanidad de los monstruos, para mostrar que lo que tememossuele estar más cerca de lo bello que de lo terrible. Tal vez en su versión podamos ver a la criatura con esa hondura que la literatura sí le dio y que tantas veces el cine ha simplificado. Confieso que estoy entusiasmada por ver el film, pero sigo considerando que ninguna adaptación, por más brillante que sea, alcanzará nunca la complejidad de la novela. Frankenstein es un clásico no solo por su trama, sino porque nos enfrenta a preguntas esenciales: ¿por qué la ambición de crear?, ¿qué nos hace humanos?, ¿por qué lo diferente nos aterra? Esa es la fuerza de Mary Shelley: haber escrito una obra que, más allá del gótico y del terror, nos coloca frente al dilema eterno de la vida y la muerte, la belleza y lo monstruoso, el amor y el rechazo.