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JOSÉ SARAMAGO: EL ESCRITOR QUE LE DIJO “NO” A LOS SIGNOS, AL DOGMA Y A LA MUERTE

Por Vanessa Cortés Colis

Junio 25, 2025 03:00 a.m.

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Hace 15 años que el mundo perdió a José Saramago, pero en realidad no se ha ido. Sus libros siguen provocando, interpelando, incomodando y, sobre todo, haciendo pensar. Porque Saramago no fue un autor complaciente, fue un escritor que se atrevió a hablar desde el margen, desde el borde de lo establecido, desde esa fisura donde habita la ironía, la crítica social y la conciencia profunda.

Premio Nobel de Literatura en 1998, el escritor fue vetado por el gobierno portugués en 1995, tras la publicación de “El evangelio según Jesucristo”. En esa novela —una de sus más provocadoras— reescribió la historia sagrada desde una perspectiva humana, irónica y profundamente empática. El escándalo no tardó: fue excluido de una feria internacional y, en protesta, se exilió voluntariamente en Lanzarote, donde vivió hasta su muerte. No era la primera vez que sus palabras incomodaban; también fue censurado en otros países de Occidente por sus posturas políticas, como su férrea defensa de la causa palestina.

Pero más allá de su postura política, lo que hace a Saramago imprescindible es su forma de narrar. El lenguaje es radicalmente suyo: frases larguísimas, ausencia de signos de interrogación, diálogos incrustados en la trama y un narrador que conversa, provoca y hace cómplice al receptor: “Usted, lector, comprenderá…” dice en varias de sus obras, incitando a sus lectores con audacia y efectividad, provocando asombro y nervios.Leer a Saramago es ponerle atención y se vuelve adictivo. Uno entra en sus páginas y, sin saber cómo, queda atrapado. En “Ensayo sobre la ceguera”, una epidemia de ceguera blanca azota a una ciudad sin nombre. Pero más que una pandemia física, es una metáfora sobre la pérdida de la empatía, del orden social y de los valores éticos. En “Las intermitencias de la muerte” -quizá mi favorita- la gran pregunta es: ¿qué pasa cuando la muerte deja de hacer su trabajo? Y la respuesta, tan lúcida como irónica, es que, sin la certeza de la finitud, la vida se vuelve invivible, todo se descompone, la Iglesia debe replantearse la reencarnación e imaginen ustedes el problema con las compañías de seguros.

El poder de Saramago es: tomar un mito, un relato fundante —la Biblia, la muerte, la identidad, el nombre propio— y darle la vuelta hasta convertirlo en un espejo de nuestro presente. En “Caín”, por ejemplo, el personaje bíblico viaja por distintos episodios del Antiguo Testamento, enfrentando a un Dios caprichoso y cuestionando la moral impuesta por la tradición judeocristiana. En “Historia del cerco de Lisboa”, la primera que leí, un simple corrector decide alterar la historia con un solo “no” añadido a un manuscrito, y desencadena una novela dentro de la novela que pone en entredicho la construcción misma de la verdad histórica.Saramago escribía con una ironía que a veces rozaba lo absurdo y con una lucidez brutal que no deja al lector indemne. Su escritura disruptiva no es solo forma, sino fondo: la estructura es parte del mensaje. Al no usar signos convencionales, obliga a leer con atención, a escuchar el ritmo interno de las frases, a entrar en la musicalidad propia del pensamiento.

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Sus libros se experimentan y después de leer a Saramago, algo en uno se mueve: una certeza que se tambalea, una carcajada que se amarga y surge una compasión inesperada, con temblorina nerviosa por el resquebrajamiento de nuestros prejuicios heredados.Leerlo es, en el fondo, una forma de resistencia. A la indiferencia, a la obediencia ciega, al conformismo. Es una manera de decir: “mejor así, no” y replantear otra vía de cómo puede ser el cosmos.

vanessacortesc@hotmail.com