In-D: ¿En qué momento empezamos a seguir y dejamos de escuchar?

La industria de la música tiene casi dos décadas en un vertiginoso espiral de mutación continua. El surgimiento de las redes sociales ha jugado un papel importante en esta transformación. Internet ha creado un público hambriento de novedades, de estimulación sensorial continua. No solamente se ha transformado la industria musical, también los consumidores de música han cambiado drásticamente.
El negocio de la música se ha convertido en una carrera por ganar plays y seguidores. Ya no importa el impacto social que tiene la propuesta de un músico. La sociedad actual le ha dado la espalda al mensaje del artista y ha convertido a los seguidores de redes sociales en la moneda de cambio que le da validez a su producto.
En décadas anteriores era el propio artista quien, además de componer y grabar, salía al mundo a promocionar y defender su material. El artista era quién buscaba que su música llegara a la mayor cantidad de oídos posibles. Hoy las cosas son muy diferentes. Actualmente hemos sido testigos del surgimiento de un puñado de personas que navegan con la bandera de la verdad absoluta: los influencers. Son estas personas las que, desde una pantalla, buscan el beneficio propio (ganar seguidores) al colgarse de la música de los artistas. Son los influencers quienes lanzan la frase lapidaria: "¡Sigan a fulanito!". Como si de una condena se tratara, como si el consumidor de música tuviera que renunciar a la decisión propia de seguir o no seguir a un artista, de darle like o no a su contenido, de escucharlo o dejarlo pasar de largo.
Tristemente la música ha pasado a segundo plano. Importa mucho más la imagen que, tanto influencers como el mismo artista, muestran al mundo de las redes sociales. Se terminaron aquellos días en los que era la propia música la que le daba esa aura especial al artista, ese misticismo de quien ha transitado un camino espinoso en busca de generar una propuesta musical sustanciosa. Como un náufrago que pasa meses en soledad, el artista se desgarraba por dentro en el afán de componer su música. Esa imagen, la del artista hecho pedazos por dentro, tenía mucho mayor peso que cualquier filtro de Instagram.
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La inmediatez de las redes sociales ha alterado el ciclo de la música por completo. Los músicos de hoy en día están obligados a enganchar al escucha durante los primeros quince segundos de una canción, sepultando por completo la posibilidad de desarrollar una idea musical más profunda. Ante una audiencia con tanta prisa hay que contar el final de la historia rápido, pues el tiempo corre y la atención del escucha se dispersa.
La música se encuentra atada de manos por la falsa valía de lo que sucede dentro de las redes sociales. El artista solía obtener la admiración del público por medio de la buena música, ahora los músicos buscan la admiración y la validación de la audiencia a toda costa para convencerlos de que su música es buena.
Para mi el hecho de contar con este espacio vale oro. Tener a mi disposición estos párrafos dentro de un medio de comunicación es invaluable. Esta columna ha hecho que lleguen a mí muchas propuestas musicales nuevas. Muchas de ellas de gran calidad, muchas otras sin ningún sustento ni respaldo artístico de por medio. Parece chiste, pero es anécdota. Hace un par de días recibí un e-mail de una banda emergente. Me platicaron acerca de su proyecto y solicitaron un espacio en esta columna para la difusión del mismo. Con toda la disposición les dije que contaran con ello, pero antes me gustaría escuchar su música.
"¿En dónde puedo escuchar su propuesta?", pregunté.
"Bueno, es que nos encontramos aún en el desarrollo de nuestras redes, sesión de fotos y generación de contenidos. La verdad, aún no hemos grabado nada.", respondieron.
La música ha sido secuestrada. Ante esto no queda más que lanzar la incógnita al aire: ¿En qué momento comenzamos a seguir y dejamos de escuchar?
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