Familia y escuela Capítulo 253: La audacia al educar y al aprender
El proceso educativo, ocurrido en todos los ámbitos sociales, bien sea en familias, medios de comunicación o escuelas, dentro de todos los beneficios y aportes que sin duda genera y en afán de otorgarle un carácter estructurado, científico, normativo y como medio de control, tiene la característica de delimitar todas las formas, acciones, contenidos, usos y costumbres que se han de aprender y poner en práctica.
Esta delimitación ha llegado a ser tan eficaz que, bien se sabe qué se debe enseñar y aprender en los distintos periodos escolares, de qué manera hacerlo y cómo demostrarlo; de la misma forma que las familias, los medios y todas las redes de comunicación existentes reproducen acerca de las formas conductuales y de participación social aceptadas, mediante las cuales, al aprenderlas y ponerlas en operación día con día, se tiene una aceptación en los distintos grupos en los que se interactúa.
Para muchos, lo anterior, es el reflejo de una sociedad ordenada en donde cada miembro actúa como un elemento que funciona y desempeña su rol de manera adecuada, tal cual una pieza de maquinaria fría e insensible, provocando un equilibrio y desarrollo armónico de la sociedad; sin embargo, para otros, ha provocado un estancamiento del desarrollo de las facultades humanas, debido al conformismo que se tiene en solamente cumplir con adquirir y poner en práctica los conocimientos que se nos solicitan dentro de los límites establecidos.
Esta forma de llevar el proceso educativo ha privilegiado y ha premiado el ser repetitivo y el reproducir los mismos conocimientos y conductas que se han mostrado, otorgando tanto a quien las enseña como a quien las aprende, el simple papel de ser espectador en la obra de la vida misma.
Ir más allá de lo preestablecido requiere de audacia, para enfilar, crear y caminar rumbos desconocidos y, aunque puede ser catalogada negativamente, su concepción positiva radica en el fomento de la creatividad e innovación; el generar rutas de enseñanza y aprendizaje que pueden crear actitudes de autoconocimiento y confianza en sí mismo con la seguridad en la toma de decisiones correctas, darle sentido práctico a todas los aprendizajes y enseñanzas recibidas adecuándolos a su contexto y circunstancia; es decir, otorgando en esta obra vital el papel de actores y creadores de su propio guion.
De acuerdo con distintos diccionarios, ser audaz significa actuar con: valentía, intrepidez, osadía, atrevimiento, coraje, arrojo, arrestos, resolución, valor, bizarría, brío, temeridad y, aunque para la mayoría resulta más fácil conformarse con aprender lo necesario para no ser excluido, para los audaces significa asumir el reto de conocer y aprender siempre más, fortaleciendo su dignidad, la decisión propia y el libre albedrío, así como su autoestima.
De acuerdo con lo mencionado en Bladen: “…La audacia permite a las personas salir de su zona de confort y arriesgarse a tomar rumbos inusuales. Todas las personas pueden desarrollar la cualidad de la audacia. Solo se requiere confianza y voluntad.”
Ser audaz al enseñar implica el estar consciente de que una educación integral de los hijos no solamente radica en ordenar y obligar la reproducción de las conductas, costumbres, modales y reglas que ellos deben seguir y demostrar; tener el atrevimiento de darnos cuenta que, en el transcurso de la conformación de su personalidad, van elaborando su propia concepción de la vida, no necesariamente igual a la nuestra y con ello, el comprender que si bien forman parte de un núcleo familiar con valores y costumbres propias y específicas, llegará el momento que se independicen y conformen su propio hogar.
Ser audaz al enseñar implica que, como maestros, tener la inteligencia, el arrojo y la valentía de reconocer que los planes y programas de estudio no conforman la única labor profesional comunicativa del docente, ni la vida entera de un alumno; aceptar que dentro de un aula de clase ocurren mil cosas más que la simple transmisión y reproducción de contenidos y, luego entonces, tener la osadía de entender que desde que ponemos un pie dentro del salón somos sujeto y objeto de enseñanzas al estar expuestos ante todos esos pares de ojos y extremas inteligencias que anotan en su diario mental cómo caminamos, vestimos, hablamos, los tratamos, resolvemos conflictos y hasta se llega a revisar si se lleva la línea de la almohada marcada en el rostro, si se huele a alcohol, tabaco o perfume.
Ser audaz al aprender nos lleva a no solamente conformarnos cómodamente con lo que padres de familia y maestros nos enseñan; tampoco a esperar sentados a que se nos brinde una charla, curso o clase que nos muestre y clarifique sobre algún tema, técnica o la forma de dominar ciertas cuestiones prácticas de utilidad cotidiana; tener el arrojo y valentía de ir en búsqueda de todo lo que quisiéramos conocer, sin el prejuicio de aprobar o no aprobar lo aprendido o de tener un tiempo delimitado para hacerlo.
La audacia en el aprendizaje borra sexos y edades, condiciones culturales y sociales; es decir, no importando todo ello, se tiene el atrevimiento de que no obstante al ser hombre o mujer adulto o adulto mayor, en condición socioeconómica privilegiada o marginada, habitante rural o citadino, se tiene el brío y el arrojo de seguir aprendiendo, hasta los últimos días de la existencia.
La educación, en lo general, además de la importancia que sin duda tiene para el desarrollo de la socialización de los grupos humanos, ha ido encasillando y delimitando los alcances de las facultades humanas al fragmentar y delimitar los conocimientos, habilidades, destrezas y acciones que se deben enseñar y aprender, provocando la “comodidad” o “suficiencia” de solamente adquirir los mínimos necesarios para cumplir con el proceso.
Ser audaz para enseñar y aprender es una cualidad que no todos tienen la valentía de asumir como parte de su personalidad.
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