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In-D: Hasta en los bellacos hay niveles

Por Daniel Tristán

Julio 02, 2025 09:59 a.m.

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In-D: Hasta en los bellacos hay niveles

Bellaco: Malo, pícaro, ruin, astuto, sagaz.                                                                                  Dicho de una caballería: Difícil de gobernar.

La próxima vez que alguien le diga que antes "la música era arte de verdad" y que "hoy todo es vulgaridad y perreo sucio", no lo interrumpa. Déjelo hablar. Luego invítelo a leer una de las cartas que Wolfgang Amadeus Mozart —sí, el ícono clásico de peluca empolvada y trajes cortesanos— le escribió a su prima, Marianne, en 1777:

"...ahora me voy a cagar bien fuerte, me limpio el culo con sus cartas, olfateo el aroma de su amor por mi trasero y me despido con un pedo sonoro."

Mozart, 21 años, genio, compositor de sinfonías inmortales y fan declarado del humor escatológico. No es una cita apócrifa. Es real, documentada y firmada con tinta en el siglo XVIII. Y no es un caso aislado. Entre piezas para clavecín y óperas inmortales, también escribió frases como:

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"Te beso cien mil veces y te lo haré en todas las partes imaginables, especialmente en tu hermoso trasero."

Sí, Mozart era un bellaco. Un erudito del deseo. Pero uno con sintaxis.

Aquí es donde la cosa se pone jugosa: si uno se asoma al reggaetón actual, encontrará letras que también versan sobre lo carnal, lo explícito, lo descarnadamente hormonal. Por ejemplo, Bad Bunny (hoy convertido en ídolo pop global) entona sin vergüenza:

"Si tu novio no te mama el culo, pa´ eso que no mame na´."

El contenido no difiere mucho del de Wolfgang. Pero la presentación... ah, la presentación. Lo de Mozart era como recibir una nalgada con guante de seda; lo del Bad Bunny es más como un chanclazo en la cara.

Lo curioso es que las generaciones mayores, esas que juran que todo era mejor cuando la televisión era en blanco y negro y se comía sin gluten porque no existía, elevan a los genios del pasado a un altar incuestionable, ignorando que sus ídolos también tenían un lado bellaco, solo que lo redactaban en alemán barroco.

Parece que tenemos una epidemia de nostalgia selectiva: esa condición que hace que uno recuerde las sinfonías pero no las flatulencias, los valses pero no las cartas húmedas de deseo. Y con esa nostalgia vienen los juicios: "Estos jóvenes ya no saben lo que es buena música", dicen mientras ignoran que a Mozart le fascinaban los chistes escatológicos.

Pero hay algo más profundo aquí. No se trata solo de comparar el trasero de Mozart con el de Karol G. Se trata de cómo entendemos el cambio generacional, de cómo confundimos la forma con el fondo. Y, sobre todo, de cómo negarnos a aceptar lo nuevo y nos transformamos en el meme viviente del Abuelo Simpson:

"¡Yo estaba en onda, pero luego cambiaron la onda! Ahora la onda que traigo ya no es onda, y la onda de ahora me parece muy tonta... ¡Y te va a pasar a ti!"

La onda cambió, mi estimado lector. Y sí, hay letras que dan vergüenza ajena. Pero también las había en 1777. Y si no aprendemos a filtrar sin prejuicio, acabaremos viendo a nuestros nietos bailando el "Bach Concerto Trap Remix" en TikTok y gritando "¡Esto sí es música!", mientras les parece obsceno lo que venga después.

La moral aquí no es defender al reggaetón ni cancelar a Mozart. Es aceptar que lo vulgar no nació en una pista de reggaetón. Que la humanidad ha sido bellaca desde que descubrió el ritmo, las rimas y las partes pudendas. La diferencia está en el vocabulario, en el beat, y en si usamos pantalón entallado o peluca empolvada.

Así que la próxima vez que quiera lanzar una cátedra de "antes sí era arte", pregúntese: ¿Es el contenido lo que me ofende, o solo me patea el ego saber que mi onda ya no es onda? Porque incluso en el terreno del bellacaje, hay niveles. Y lo importante no es el siglo en que se dice, sino cómo se dice. Más le vale a usted abrazar a sus bellacos y darle justa dimensión a esos artistas urbanos que tan señalados son, pues probablemente sean sus rostros los que aparezcan en los libros de historia en los siglos por venir.