In-D: Top 5 en los highlights musicales 2025

El 2025 se nos fue como se va el agua cuando uno intenta atraparla con las manos: rápido, silencioso, escurridizo. Hace nada estábamos haciendo propósitos y hoy ya estamos hablando de balances, listas y presagios. El tiempo se acelera y el curso de la vida toma una velocidad vertiginosa. Cuando menos lo esperamos y nos obliga a mirar atrás para entender qué carajos acaba de pasar. En ese ejercicio (medio melancólico, medio necesario) aparecen ciertos destellos musicales que funcionan como faros en medio del ruido. Mis cinco highlights del año no buscan sentar cátedra ni repartir medallas olímpicas: son señales, síntomas, pequeñas victorias culturales en un mundo que cada vez escucha menos y scrollea más.
El primer golpe de platillo lo dio Paulina Villarreal. Que Modern Drummer la haya reconocido como la mejor baterista de rock no es un trofeo individual: es una coordenada en el mapa. México, tan acostumbrado a exportar talento que triunfa "a pesar de", aparece de pronto en el mainstream sin pedir disculpas. No me entusiasman las competencias musicales (comparar artistas es como comparar sueños, completamente subjetivo) pero sería mezquino no reconocer el peso simbólico de este logro. Paulina no sólo toca con precisión quirúrgica, sino que representa una generación que creció sin pedir permiso, sin complejos y sin la necesidad de validación local para conquistar escenarios globales. En un país donde el rock suele vivir en el margen, este tipo de reconocimientos funcionan como oxígeno.
El segundo momento musical destacado de 2025 es profundamente emocional. El documental de Juan Gabriel en Netflix. Ese entrañable archivo íntimo de valor incalculable. Más que una biografía, es una ventana a la humanidad de un personaje que durante décadas fue mito, escándalo y milagro popular. Ver a Juanga desde su ángulo más personal (sus miedos, sus inseguridades, su ternura desbordada) confirma algo que hoy parece obvio, pero no lo era: Juan Gabriel fue un influencer antes de que existiera internet. Entendió el poder de la imagen, del gesto, de la narrativa personal y del vínculo directo con la gente. Se adelantó a su época porque nunca le importó encajar en ella. El documental no idealiza: humaniza. Y eso, en tiempos de filtros y poses, es un acto casi revolucionario.
El tercer momento clave fue el regreso de Oasis. Y no, la noticia no fue sólo el reencuentro. El verdadero morbo, la verdadera tensión narrativa, fue el temor constante de que los hermanos Gallagher se pelearan antes de terminar la primera canción o, peor aún, antes de que la fecha del regreso a los escenarios llegara. Que eso no haya ocurrido ya es un milagro cultural. Pero más allá del chisme, el regreso de Oasis importa porque estamos hablando de una de las últimas superbandas de verdad, de esas que definieron una era y una identidad generacional. Que estén trabajando en nueva música, además, eleva el asunto a otra dimensión. El soundtrack de una película de James Bond no es nostalgia barata: es colocar nuevamente al rock británico en el centro de la conversación global. Oasis no vuelve para repetir fórmulas, vuelve porque el vacío que dejó nunca se llenó del todo.
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El cuarto punto es el más doloroso. La muerte de Ozzy Osbourne, su concierto de despedida Back to the Beginning y el documental de Paramount son un mismo relato contado desde distintas heridas. Ver a Ozzy luchar contra un cuerpo que ya no responde mientras la mente y el corazón siguen anclados al escenario es brutal. Es crudo, incómodo y profundamente humano. No hay glamour en esa batalla: hay resistencia. El documental es entrañable precisamente porque no edulcora el desgaste ni disfraza la fragilidad. Ozzy fue hecho con un molde que se rompió después de usarse. No hay otro igual, ni lo habrá. No sólo por su voz, su imagen o su legado musical, sino por esa capacidad de encarnar el exceso, el caos y la vulnerabilidad sin cinismo. Su despedida no fue un adiós al rock: fue un recordatorio de su origen más salvaje.
El cierre de mis cinco highlights musicales de este año es la publicación de Rolling Stone con su lista de las mejores canciones en español del siglo XXI. Que Latinoamérica de Calle 13 encabece el ranking puede ser polémico, pero es difícil discutir su pertinencia. Si hoy aterrizaran los aliens y hubiera que explicarles qué significa Latinoamérica (con sus contradicciones, su dignidad, su rabia y su belleza) esa canción sería una clase magistral de geopolítica emocional. Es una radiografía perfecta: luz y sombra conviviendo en la misma estrofa. Pocas canciones logran condensar identidad, historia y presente con esa contundencia. No es sólo música: es memoria activa.
Si el 2025 se nos fue en un parpadeo, el 2026 se asoma con señales claras. El reggaeton comienza a mostrar signos de fatiga estructural; no desaparecerá, pero dejará de ser hegemónico. El rock, sostenido por la nostalgia, regresa no como moda pasajera sino como lenguaje persistente. Y los 80´s, esa oleada que siempre vuelve, están más vivos que nunca. Sintetizadores, guitarras, estética y actitud reaparecen porque nunca se fueron del todo. El péndulo regresa, como siempre, recordándonos que la historia de la música no avanza en línea recta: gira, se repite y se reinventa. Y en ese vaivén, lo único seguro es que el tiempo seguirá escapándose entre los dedos, pero afortunadamente sigue existiendo buena música para acompañar ese tic tac que se acelera cada vez más. Afortunadamente tenemos grandes artistas que formaran parte de nuestro soundtrack hasta que llegue el momento en que el tiempo no solamente corra más rápido, si no que se detenga para siempre.










