Lamento global
Tal vez debería comenzar cada semana con una advertencia,
como esas señales que anuncian tormenta en altamar:
“Si no quiere navegar mi tristeza, dé la vuelta.”
Porque algunos ya saben que esta columna es refugio y desahogo,
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pero quizá alguien llegue sin querer
y termine llorando con palabras que no eran suyas…
pero que duelen igual.
Hablar de México, de San Luis, o de cualquier punto que toque el viento
es hurgar en una herida abierta.
Hay belleza, sí, pero cubierta de polvo, de escombros,
de memorias que siguen ardiendo.
Mientras unos bailan entre luces de feria y fuegos artificiales,
otros tejemos silencios, corremos para no pensar,
nos escondemos en libros, películas,
en esas grietas que el arte deja abiertas para respirar.
A veces, solo el arte sostiene.
Y mientras tanto, el mundo arde:
Irán, Palestina, Ucrania…
Grietas que cruzan fronteras.
Dolores sin idioma ni pasaporte.
Aquí, cada día, las noticias se tiñen de rojo.
Las páginas digitales no informan: duelen.
Y uno se pregunta cuánto horror puede soportar un país
antes de romperse del todo.
Pareciera que la crueldad compite consigo misma,
como si cada amanecer trajera un nuevo abismo.
Ayer fueron tres niñas y su madre;
días antes, cuerpos enterrados sin justicia ni nombre.
Como si la sangre ya no gritara.
Y quienes deberían velar por la justicia
a menudo están ocupados en juegos de poder,
construyendo futuros personales sobre ruinas colectivas.
Vivimos en paradojas:
un país que presume fuerza mientras se desmorona por dentro,
una sociedad que desea paz
sin saber cómo mirar su propio dolor.
No hay figura que salve por sí sola.
No hay símbolo que baste.
El género no otorga virtud,
el cargo no es escudo contra la historia.
Hace falta integridad, no imagen.
Honestidad, no discurso.
Y sí, es doloroso ver cómo se perpetúan los silencios,
cómo se maquilla la verdad para que duela bonito.
Pero también es nuestro deber no acostumbrarnos.
No ceder.
Porque la pena no es una persona:
es el país.
Una patria agotada, desbordada, herida.
Una promesa traicionada.
Un abuso repetido con otro rostro y otro nombre.
Y tras escribir esto, fingiremos seguir con nuestra vida.
Iremos al trabajo, al mercado, al café.
Pero la herida seguirá ahí,
esperándonos en los titulares, en las miradas, en las ausencias.
Todo eso con miel encima:
menú del día en la narrativa oficial.
Hasta aquí este lamento.
Fondo musical sugerido:
Peer Gynt IV – In the Hall of the Mountain King, de Edvard Grieg.
Gracias por seguir leyendo. Que tengan, pese a todo, un buen día.