Mirador
Una de las mayores venturas que me brinda mi tarea de escribidor es la de poder ir a muchas ciudades mexicanas, en todos los rumbos del país.
Me gustan todas, y en todas hallo al verdadero México, que lucha y que trabaja por encima de todos los problemas económicos y todas las calamidades políticas.
Una cosa, empero, me entristece: por dondequiera veo cómo muchas añosas casonas van siendo destruidas. Las echa abajo la piqueta, y desaparecen los nobles muros, los antiguos arcos, los ornados balcones, todo aquello, en fin, que nos habla de un pasado lleno de prestigios que la ignorancia o la ambición hacen caer.
Nadie se opone a eso que se llama “la marcha del progreso”. ¿Quién puede oponerse a lo que es inevitable? Pero creo que se pueden conciliar los requerimientos de los nuevos tiempos con el respeto -y aun cariño- que se debe a las cosas del pasado. En ellas está nuestra raíz. Cuando se van, también nosotros nos vamos un poquito
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