Mirador
El tiempo pasa.
Ese es su principal oficio, a más del de aliviar penas del alma.
-No pasa el tiempo -dicen unos-. Pasamos nosotros.
Tienen razón. Lo digo mientras el tiempo pasa.
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Tempus fugit, rezaba la inscripción latina en la carátula del reloj de pedestal cuyo péndulo decía su monótono decir en la capilla de una iglesia gótica que visité en un pueblo cercano a Santander, España. El tiempo se va. Y me pregunto: ¿a dónde? Podría buscar la respuesta a esa pregunta, pero no tengo tiempo.
Vecino de la casa de mis padres era un señor Manuel Rodríguez Tejada. Soltero añoso, vivía con dos hermanas igualmente célibes. Empinaba mucho el codo, y eso lo llevaba a escribir versos. El vino y la poesía le anublaron la razón, y dio en decir que cuando se detuviera el reloj de la sala moriría él. Una tarde las hermanas dejaron de escuchar el tic tac de siempre. Acudieron a la habitación. Su hermano estaba en el sillón donde acostumbraba leer. Pero no estaba leyendo. Estaba muerto.
Eso sucedió en tiempo pasado. Todos los tiempos son tiempo pasado, incluso éste. Ya pasó.
¡Hasta mañana!...