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Petrus: la (verdadera) singularidad de un mito II

Por Alfredo Oria

Julio 04, 2025 03:00 a.m.

A

Con todo respeto, admiración y cariño 

para mi Primer Círculo

Cualquiera pensaría que la experiencia de un vino como Petrus está reservada para magnates, para jeques o, en el caso de nuestro país, para políticos. La mayoría de sommeliers que conozco nunca lo han catado. Su costo es tan alto, que descorchar una botella de este Pomerol parecería rayar en la inmoralidad, en la extravagancia, en la hipérbole o en el absurdo, según desde dónde se lo vea. Cualquiera pensaría que ningún jugo de uva fermentado debería costar lo que un semestre en una universidad privada, que es tirar el dinero, postureo, esnobismo o pura insensatez, vamos, cosa de cretinos.

Es cierto que ningún vino es cien veces mejor que otro bien elegido, por el que se paga una centésima parte; eso, claro, desde un punto de vista OBJETIVO. Pero si lo vemos desde otra perspectiva que resulta de la intención de vivir una experiencia única o cumplir un anhelo, incluso desde el deseo de una vivencia exclusiva o el obtener una referencia necesaria para tener un sitio de comparación, la cuestión quizás ya no sea de tan presto juicio.

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Todos tenenos alguna ilusión en la vida que a los demás puede parecer frívola. Pensemos en cuánto cuesta una entrada de primera línea para ver una carrera de Fórmula 1, cuánto cuesta viajar para acceder a un parque de atracciones, cuánto cuesta una bolsa de mano de lujo o el vestido que se usará una sola noche. Cuánto cuesta un paseo en yate o hacer cumbre en un ocho mil. Para quienes somos aficionados al vino, el Petrus simboliza esa cumbre, esa experiencia de primera mano, ese estatus (por qué negarlo), esa pertenencia al pequeño grupo de personas que alguna vez en su vida probaron Petrus… pero esto tiene un sentido sobre todos los anteriores, que son accesorios: en realidad, se trata de tener y compartir una experiencia sensorial única que nos lleva a vivir una emoción estética, incluso, a veces, espiritual.

Estas botellas deben descorcharse luego de años de maduración, por lo que, por lo regular, probar una copa de Petrus, una de DRC o de cualquier otro de los iconos de la enología mundial es degustar a sorbos la Historia, es oler 1982 en 2025, es volver a respirar el aire, quizás, del año en que naciste; es viajar al terruño donde esas vides recibieron el sol que las nutrió; conocer el corazón y el talento de las personas que lo criaron, su sensibilidad; es beber un pedacito de vida. Hacer ese líquido parte de tu cuerpo y de tu memoria es como catar a Mozart en Schonbrunn en 1790 o aspirar a Pavlova en el Arbeu en 1919.

No, las personas que compartieron una gran botella de Petrus 1982 conmigo hace unas semanas no son potentados ni son irresponsables: son seres que atesoran una sensibildad especial, que estiman la búsqueda y el descubrimiento de lo verdaderamnete excepcional, que cuentan entre sus misiones la de vivir experiencias trascendentes en la vida, que hacen sacrificios para logar sus sueños, tienen un estilo de vida equilibrado, una capacidad crítica muy desarrollada y un sentido del gusto sofisticado; son mujeres y hombres que muestran un gran respeto por las manifestaciones de nuestra cultura y hacen gala de un alma refinada. Son profesionistas, empleados, docentes, amas de casa enamorados del vino que valoran tanto el aroma de un tinto de esta categoría como los lazos humanos que fomenta y estrecha. 

En la colaboración anterior prometí relatar lo mejor de la experiencia de beber un Petrus y, luego de la emoción que prodigó en las copas de todo el grupo, incluso de las lágrimas que sobrevinieron al día siguiente al oler una prueba que había sido apartada de la botella descrita, aquí está lo más valioso de todo: compartir tal creación, tal expresión, tal arte con ellos, escuchar sus conceptos y observar sus reacciones ha sido mayor placer que el del vino en sí y superior lujo que el del nombre grabado en la etiqueta. 

@tusimposiarca

@anticuariodevinos

aloria23@yahoo.com