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Suicidio y prevención

Por Carlos A. Hernández Rivera

Septiembre 12, 2025 03:00 a.m.

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Cada 10 de septiembre el mundo recuerda una de sus heridas más silenciosas: el suicidio. Lejos de ser un hecho aislado o un destino inevitable, la Organización Mundial de la Salud (OMS) lo reconoce como un problema de salud pública global, prevenible si se adoptan políticas integrales y se deja atrás el estigma que aún rodea a la salud mental.

Las cifras son contundentes. La OMS estima que cada 40 segundos alguien se quita la vida en alguna parte del mundo. Eso equivale a más de 800 mil muertes al año. Sin embargo, detrás de esos números hay una realidad todavía más amplia y dolorosa: por cada suicidio consumado, se calculan entre 10 y 40 intentos fallidos, con secuelas físicas, emocionales y sociales que marcan a las familias y comunidades.

Frente a esta situación, la OMS estableció en 2003, junto con la Asociación Internacional para la Prevención del Suicidio, el Día Mundial para la Prevención del Suicidio. Su objetivo no es solamente hacer visible un problema que suele callarse, sino llamar a la acción a gobiernos, sistemas de salud, escuelas, medios de comunicación y ciudadanía.

La agenda global y el imperativo de actuar: En 2013, la OMS lanzó su primer Plan de Acción sobre Salud Mental (2013-2020), que incluyó como meta reducir en un 10 % las tasas mundiales de suicidio. Ese mismo año publicó el informe “Prevención del suicidio: un imperativo global”, donde planteó tres líneas estratégicas:

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1. Mejorar los sistemas de registro para conocer la magnitud real del problema.

2. Restringir el acceso a medios letales (pesticidas, armas de fuego, lugares de alto riesgo).

3. Involucrar a los medios de comunicación en una cobertura responsable que evite el sensacionalismo y el efecto de imitación, sobre todo en jóvenes.

El mensaje es claro: el suicidio no se combate en el consultorio de un psiquiatra aislado, sino en las políticas públicas, en la escuela, en el barrio, en la familia y en la forma en que hablamos del tema en los medios.

Los adolescentes en la primera línea de riesgo: Si miramos a México, el panorama confirma la alerta mundial. El suicidio ha aumentado 370 % en cuatro décadas, y los adolescentes son el grupo más vulnerable. Un estudio de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) con datos de la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (ENSANUT) 2012 reveló que 2.74 % de los adolescentes de 10 a 19 años había intentado suicidarse alguna vez en su vida.

Los factores de riesgo son claros: i) Rezago educativo, que multiplica las probabilidades de intento; ii) - Consumo de alcohol y tabaco, que puede aumentar el riesgo hasta cuatro veces; iii) - Violencia, ya sea en casa, en la pareja o en la escuela, que eleva el riesgo en casi seis veces; iv) - Edad y género, con un patrón preocupante: las mujeres adolescentes, especialmente entre los 10 y 16 años, muestran la mayor vulnerabilidad.

Estos datos no son abstractos: hablan de adolescentes que cargan con heridas invisibles, de jóvenes que encuentran en el silencio y la desesperanza su único refugio, y de familias que muchas veces carecen de herramientas para detectar las señales de alarma.

Una fecha que debe incomodarnos:  El 10 de septiembre no debe ser una fecha meramente simbólica ni un recordatorio de condolencias colectivas. Debe ser un llamado incómodo pero necesario: la prevención del suicidio nos concierne a todos.

México necesita fortalecer su política pública en salud mental, con programas de apoyo en las escuelas, campañas contra el estigma y líneas de atención accesibles. Pero también requiere que los medios asuman un papel responsable, alejándose del morbo y ofreciendo información útil para identificar riesgos y promover la empatía.

Una esperanza posible: El suicidio es prevenible. Así lo afirma la OMS y lo confirman los estudios en México. Prevenir significa escuchar más, estigmatizar menos y actuar antes. Significa invertir en educación, en programas comunitarios, en acompañamiento psicológico accesible, y en la creación de entornos donde pedir ayuda no sea motivo de vergüenza, sino de dignidad.

Cada vida que se pierde por suicidio es una vida que pudo salvarse. Este 10 de septiembre, más que recordar las cifras, la pregunta que debemos hacernos es incómoda pero urgente: ¿qué estamos haciendo —como Estado, como sociedad y como individuos— para que nadie más sienta que su única salida es quitarse la vida?

carloshernandezyabogados@gmail.com