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RAY BRADBURY: A 105 AÑOS DE SU NACIMIENTO

Por Vanessa Cortés Colis

Agosto 22, 2025 03:00 a.m.

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RAY BRADBURY: A 105 AÑOS DE SU NACIMIENTO

Este 22 de agosto se cumplen 105 años del nacimiento de Ray Bradbury, uno de los autores más influyentes de la literatura del siglo XX.

Su nombre evoca de inmediato la imagen de bibliotecas ardiendo en “Fahrenheit 451”, de exploradores melancólicos en “Crónicas marcianas” o de los tatuajes vivos en “El hombre ilustrado”. Durante décadas lo hemos leído como maestro de la ciencia ficción, de la fantasía y del terror. Sin embargo, en esta conmemoración vale la pena mirar hacia un costado menos conocido de su obra: su poesía.

En pandemia me encontré con la edición bilingüe de su poesía completa, (editorial Cátedra) y quedé, sinceramente, sorprendida. Bradbury, el narrador visionario de futuros distópicos y paisajes interplanetarios, aparece en estos poemas como un escritor íntimo, vulnerable y profundamente humano. Lo que parecía una faceta marginal de su producción literaria resulta ser, en realidad, un territorio fértil y luminoso.

Bradbury siempre insistió en que no escribía ciencia ficción ‘pura’, sino fantasías del corazón humano. Esa afirmación cobra pleno sentido cuando uno se adentra en sus versos. Allí no hay cohetes ni colonias en Marte, sino recuerdos de la infancia en Waukegan, reflexiones sobre el paso del tiempo, evocaciones del amor, de la soledad, de la muerte y referencias a otros escritores universales.

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Lo más asombroso es el tono. Si en la prosa Bradbury era arrebatado, exuberante y visual, en su poesía se muestra contenido, meditativo, casi musical. Se advierte un Bradbury cercano a Walt Whitman, en su capacidad de transformar lo cotidiano en canto, y a Emily Dickinson, en su mirada hacia lo íntimo y lo invisible.

La edición bilingüe de su poesía multiplica la experiencia. En inglés, sus versos conservan la cadencia breve, la metáfora brillante, la voz singular. En español, las traducciones permiten a un público más amplio acceder a esa dimensión poética que durante años estuvo opacada por sus novelas y cuentos. Leerlo en paralelo es descubrir cómo la música del idioma se mantiene y, al mismo tiempo, se renueva.

Algunos poemas son brevísimos destellos: un recuerdo infantil convertido en revelación, una hoja que cae vista como epifanía, una noche estrellada que regresa con la intensidad de la primera vez. En otros, Bradbury reflexiona sobre la escritura misma, como si poner palabras en el papel fuera un acto tan vital como respirar.

Que a más de un siglo de su nacimiento aún podamos descubrir un nuevo Bradbury es un regalo. La poesía nos recuerda que su genio no se limitó a imaginar futuros posibles, sino también a mirar con ternura el presente. Este hallazgo obliga a releer sus cuentos y novelas:

de pronto, se iluminan desde dentro, como si los poemas hubieran sido siempre la fuente secreta de 

su narrativa.

Su poesía confirma que Bradbury fue, ante todo, un artesano del lenguaje. Capaz de hacernos pensar en los peligros de la censura y la tecnología, pero también de conmovernos con un simple rayo de sol sobre la ventana. Esa versatilidad lo coloca en la categoría de los grandes escritores universales.

En este aniversario 105, la mejor forma de rendir homenaje a Bradbury no es solo recordar su legado narrativo, sino abrirnos a su poesía. Leerla es reencontrarse con un hombre que sabía que, al final, la literatura es sobre la vida cotidiana, sobre los pequeños milagros que nos acompañan en silencio.

Bradbury ya nos había enseñado que los libros son armas transformadoras contra la censura y la indiferencia. Ahora, sus versos nos muestran que también son bálsamo, compañía y música. A 105 años de su nacimiento, el poeta oculto (para mi), emerge y nos recuerda que, más allá de Marte y de las hogueras distópicas, siempre nos quedará la palabra. ¡Imperdible