LOS CAZADORES DEL LAGO

La joven matriarca había salido bruscamente de la cueva; nunca antes había sentido tanto miedo, resoplando agitada, buscó a su grupo y los llamó para alejarlos de la caverna. Antes del anochecer ya habían bajado hasta un bosque de encinos donde pasaron la noche. La matriarca, asustada, trataba de comprender lo que había visto, de recordar, de comparar alguna experiencia, algún instinto. Al día siguiente descendieron hasta los llanos a pastar con las manadas de búfalos, camellos y caballos en los pastizales del futuro Iztapalapa al sur del lago Texcoco.
Los derrames volcánicos suelen tener túneles o cuevas de lava solidificada (lava tubes) que en zonas gélidas se llenan de agua formando pequeñas lagunas congeladas.
A la siguiente noche su hermana preñada, empezó a dar a luz. Como hacen todos los elefantes, rodearon a la hembra en parto, para protegerla, mientras la matriarca recorría el área olisqueando algún peligro. Le sorprendió oler un mechón de pelo de un macho mamut. Se preguntó: ¿Dónde podría estar?
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Al amanecer una pequeña mamut recién nacida ya estaba de pie amamantándose ávidamente. Unos días más tarde la matriarca decidió ir hacia el norte, siguiendo la orilla oriental, se adentraron en la península de Iztapalapa, ascendiendo por una ladera cubierta de árboles del Cerro de la Estrella. Desde la altura la matriarca buscó al gran mamut macho cuyo rastro había olfateado días antes, incluso barritó llamando, los paquidermos machos generalmente son solitarios y solo se acercan a las manadas de hembras en época de apareamiento. Pero desde el cerro solo se veían dos columnas de humo, muy lejos en la orilla occidental. La matriarca temía al fuego, que en ocasiones había visto arrasar los pastos en los largos meses de sequía que habían pasado. Después de unos días continuaron hacia el norte, en los llanos próximos a la orilla. Al pasar bajo un acantilado encontraron muchos huesos dispersos de bisontes y de caballos. Los reconocieron por el olor del pelo pegado aun a los restos. Le preocupó la pequeña mamut que caminaba entre los huesos.
A su llegada a América, los nuevos cazadores humanos no encontraron respuestas de huida o defensa en los grandes animales, estos no los identificaban como los crueles depredadores que eran.
Como el agua del lago se hacía más salobre conforme caminaban, tuvieron que buscar manantiales y arroyos que bajaban de los montes. La matriarca iba a decidir regresar al sur cuando se encontraron con los cazadores humanos.
Cuando los vio le parecieron aves del lago pues caminaban en dos patas, aunque eran mucho más grandes. Al ver los mamuts, los cazadores empezaron a emitir sonidos y a correr hacia las rocas. La matriarca simuló embestirlos, barritando y pateando tierra hacia ellos; al parecer funcionó pues los cazadores escaparon. La matriarca guió a su manada a un bosque cercano para pasar la noche. Ella permaneció vigilando toda la noche.
En San Luis Potosí y otras regiones de México se han encontrado restos de mamuts y otros animales de la megafauna de la edad del hielo, cada uno guarda una historia de vida.
La mañana siguiente empezaron a retornar al sur, pero vieron que muchos cazadores se aproximaban por la orilla. El viento le trajo un olor y recordó con terror que era el mismo que había sentido en la cueva. La matriarca emitió la voz de alarma, y se agruparon alrededor de la hembra y su pequeña cría. Vieron como otro grupo de cazadores les cortaba el paso desde el sur, traían palos con fuego y humo en los extremos con los que prendían el pasto y espantaban a los mamuts, que se agrupaban protegiendo a la cría. Con las antorchas y palos, gritándoles y lanzándoles piedras los hombres intentaban separarlos. La matriarca vio en la mirada de ellos la misma fijeza que los lobos cuando acosaban a los caballos y supo que debían escapar. Los jóvenes machos corrieron al lago y empezaron a nadar hacia las islas cercanas. Anochecía cuando la matriarca vio la entrada de una barranca y se dirigió allí llamando a los demás, pero de pronto el piso cedió bajo su peso y cayó en una trampa. Un grito de triunfo resonó entre los cazadores, que le empezaron a lanzar grandes piedras en la cabeza y la apuñalaban con lanzas. Otro grito triunfal se escuchó en la playa del lago pues los cazadores habían matado a unos de los machos jóvenes que intento regresar a la orilla. Aprovechando la confusión y la creciente oscuridad, la enorme joven matriarca puso su peso en las patas delanteras fuera de la trampa y adelantando la cabeza empezó a salir. Con su ojo izquierdo vio venir una lanza con una punta de sílex que brilló con la última luz del ocaso, se le clavó en el hueso de la ceja. La sangre de los atlatls y lanzas que habían perforado su piel brotaba abundante cubriéndole su cuerpo. Herida, la matriarca salió de la trampa, y furibunda atacó a los cazadores, aplastándolos con sus patas. En la oscuridad encontró a otra de sus hermanas ya moribunda arrodillada, con las patas dobladas sobre la arena de la orilla. Con todas sus fuerzas intentó ayudarla a ponerse de pie, poniendo sus defensas bajo su cuerpo, hasta que un colmillo se rompió con gran estruendo, a la líder no le importo. Solo pensó en llevar su manada lejos del lago. En plena oscuridad, los cazadores se entretenían destazando a los mamuts muertos. La matriarca llamó a su manada, y aun tuvo fuerzas para escapar por el agua caminando sobre el fondo del lago evitando las fogatas y el incendio del pasto. Sintió una gran tranquilidad cuando entre la luz del fuego, vio las sombras de la madre y la pequeña mamut escapando tras ella. Los mamuts que no temían a nadie, debían de temer al terrible depredador que vivía en ese gran lago.
En las manadas de paquidermos las crías y jóvenes son protegidos por todos los integrantes del grupo.
Deseó regresar a su valle del que había migrado, tal vez habría llovido y la vegetación hubiera renacido como cuando era pequeña. La matriarca caminó toda la noche recordando, sin saber por qué, la nieve que refrescaba sus patas…