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Día Cero

Por Luis González Lozano

Agosto 02, 2025 03:00 a.m.

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El pasado 24 de julio de 2025 no fue una fecha cualquiera. Ese jueves cruzamos, sin ceremonia ni escándalo, una frontera invisible pero alarmante: la humanidad agotó todos los recursos naturales que el planeta puede regenerar durante el año. A partir de ese día —que ya conocemos como el Día de la Sobrecapacidad de la Tierra— entramos en números rojos ecológicos. 

Esta fecha no es producto de una profecía ni de la exageración ambientalista. Es el resultado de una operación matemática muy sencilla: se calcula cuántos recursos puede generar la Tierra en un año, y se compara con cuánto consumimos como especie. El desfase, que en 1970 se registraba apenas a finales de diciembre, hoy ocurre cinco meses antes. En menos de medio siglo, hemos adelantado el colapso en más de 150 días. La deuda con el planeta se incrementa a un ritmo que ni la peor hipoteca podría igualar.

El corazón del problema no está en la tecnología ni en la población. Está en el modelo. Nuestra economía global se comporta como si los recursos naturales fueran infinitos y la biosfera un depósito inagotable de materias primas. Bajo la lógica de “tomar, producir, desechar”, se ha consolidado un sistema tan eficiente para el beneficio de unos cuantos como devastador para los equilibrios ecológicos.

En términos prácticos, esto significa que consumimos como si tuviéramos 1.7 planetas a disposición, cuando apenas alcanzamos a cuidar uno. Y lo hacemos sabiendo que hay regiones enteras donde el acceso al agua, al alimento o a un ambiente sano es una quimera cotidiana.

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Solo el desperdicio de alimentos representa entre el 8 % y el 10 % de las emisiones globales. Y mientras tanto, miles de toneladas de alimentos terminan en la basura cada hora, en un mundo donde casi mil millones de personas pasan hambre.

La huella ecológica no se distribuye equitativamente. En el norte global, países como Qatar, Luxemburgo, Estados Unidos y Canadá agotan su cuota ecológica mucho antes de la primavera. Otros, como Uruguay e Indonesia, apenas lo hacen hacia el final del año. El mapa del mundo se pinta de rojo con velocidades distintas, pero el daño es colectivo.

En este tablero desigual, las naciones más responsables del colapso ecológico son, paradójicamente, las que más recursos tienen para adaptarse a él. Las más vulnerables, en cambio, pagan los platos rotos de un banquete al que ni siquiera fueron invitadas.

¿Hasta cuándo seguirá vigente esa impunidad ambiental que permite a unos pocos devastar mientras otros sobreviven con las sobras?

El verdadero desafío está en repensar la manera en que usamos los recursos, cómo diseñamos los productos, cuánto desperdiciamos y qué tan rápido desechamos lo que aún sirve. Apostarle solo a lo “renovable” sin enfrentar el fondo del problema —la cultura del consumo excesivo— es una forma elegante de posponer el desastre.

El agotamiento de los recursos del 2025 debería sacudir los cimientos de la política ambiental. No basta con discursos elegantes en las cumbres climáticas. 

La COP30, que se celebrará próximamente en Brasil, será una prueba de fuego: ¿seguirán los gobiernos apostando por metas de emisiones diluidas en promesas, o integrarán de forma realista y urgente la gestión de recursos naturales como eje central de sus compromisos?

Las grandes corporaciones tienen una responsabilidad que va mucho más allá del marketing ambiental. No se trata de donar árboles el Día de la Tierra o lanzar campañas con empaques “eco friendly”, sino de transformar radicalmente sus cadenas de suministro, operaciones y modelos de negocio.

La Responsabilidad Social Empresarial (RSE) debe dejar de ser cosmética. Las empresas que realmente se comprometan con la regeneración ecológica serán aquellas que diseñen productos duraderos, eliminen la obsolescencia programada, inviertan en procesos circulares y asuman la trazabilidad total de sus impactos. 

La imagen es clara: hemos convertido a la Tierra en una cuenta bancaria sin ahorros y con sobregiros constantes. El Día de la Sobrecapacidad no es solo una fecha simbólica. Es un espejo que nos enfrenta con la evidencia de que el modelo actual no da para más.

¿Podemos revertir esta tendencia? Sí, pero requiere valentía. Aún estamos a tiempo de reescribir la historia. Pero para lograrlo, necesitamos dejar de vivir como si tuviéramos otro planeta en reserva.

Delírium trémens.-  ¡Basta de Robar el Impuesto Ambiental! Es indignante e inaceptable la opacidad con la que la Secretaría de Finanzas está despojando a San Luis Potosí de los fondos del Impuesto Ambiental. Las empresas y ciudadanos cumplen, aportando lo que estimamos ya en $50 millones de pesos, pero la administración se niega a informar cuánto se ha recaudado y dónde está ese dinero. Esta es una muestra más de la lamentable falta de transparencia de la administración actual de Ricardo Gallardo, especialmente cuando se trata del cuidado de nuestro medio ambiente. 

@luisglozano