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Leo, luego existo. O no.

Por Yolanda Camacho Zapata

Septiembre 09, 2025 03:00 a.m.

A

Hace poco estaba escuchando la radio en un trayecto que de ordinario no llega ni a quince minutos pero que gracias a las lluvias se volvió de cuarenta. Afortunadamente tomé las precauciones correspondientes y sabiendo que iba con holgura, estaba escuchando tranquilamente a una persona entrevistada que afirmaba contundentemente ese rollo usual sobre la desconexión que estas nuevas generaciones tienen con la lectura. La perorata iba en el sentido de lo pocos libros que se leen en México (3.2 al año, según datos del 2024) y que nos vuelve un pueblo poco culto, poco informado y poco crítico.

Ciertamente pudiésemos estar a niveles mucho mas altos y es verdad que la lectura fomenta un sentido analítico que de otra manera no puede conseguirse; sin embargo, recordé una conversación que tuve hace poco con un grupo de personas más o menos de mi rodada, es decir, nacidas a mediados-finales de los setentas y, y por tanto, padres y madres de esta generación de jóvenes “desconectadas de la lectura, poco críticas y poco informadas”. Hablábamos de cierto tópico del momento con opiniones más bien ligeras. Alguien de ahí trajo como referencia un par de libros de esos que se incluyen en las listas de las clases de preparatoria y un par de textos donde se ejemplificaba que eso de lo que hablábamos no era cosa novedosa. Salvo un par de personas, nadie entendió las referencias, ni sabía quienes eran los personajes de que se hablaba. El resto se quedó en ceros y, por tanto, se tuvo que explicar al resto las características de los personajes literarios en cuestión para que se entendiera la conexión con la situación real. 

Entonces, al escuchar a ese crítico de la lectura juvenil, pensé que era lógico. Nosotros, los que debimos inculcar a esta generación de jóvenes el amor a la lectura no lo hicimos porque, simplemente, nosotros tampoco leemos. Ni como ayudarnos. Consecuentemente, tampoco tenemos la calidad moral de ahora desgarrarnos las vestiduras diciendo que “los jóvenes de ahora no leen” porque los jóvenes de ayer, tampoco lo hicimos. ¿Cómo podemos transmitir un amor por algo que nos es ajeno? Sencillamente, no se puede. 

Tengo cierta esperanza de que, así como mi generación ha entrado en una onda así muy fitness y hemos empezado a comer mejor, hacer ejercicio y tomar en cuenta nuestra salud mental, tengamos también la curiosidad de comenzar a leer. Por supuesto que no generalizo: hay lectores y lectoras ya afianzados en ese grupo de edad. Y a los que no, quizá habría que hacerles saber que cinco estudios publicados en el 2023 por la revista PLOS One, encontraron que leer ficción influye en nuestro buen ánimo y sentido del bienestar, amén de que se ha encontrado que disminuye la ansiedad y mejora la calidad del sueño.  Leer también incentiva áreas del cerebro que se relacionan con la visión, la comprensión semántica y la simulación sensorial que dan pie a activar la imaginación, misma que será no únicamente un recurso de entretenimiento, sino que ayudará a buscar soluciones reales. Vaya, que la imaginación nos entrena para ser creativos frente a la adversidad. Ya si eso no nos convence, está probado que la lectura ayuda a disminuir el riesgo de padecer demencia senil o Alzheimer, debido a que fortalece las conexiones neuronales. 

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No podemos echar a cuestas de la juventud la completa responsabilidad de su indiferencia lectora. Tuvimos algo que ver. Quizá si nos ven a nosotros tomar un libro y de hecho disfrutarlo, todavía podamos hacer algo. Y no hay que subestimarles: el último par de años he tenido sorpresas gratas con chavos y chavas que bien pueden convertirse en eso que nosotros no supimos ser.