Lo que ocurrió en Texas
Hace un par de días, el Congreso de Texas aprobó un nuevo mapa electoral que redibuja los distritos federales con un objetivo clarísimo: ampliar la representación republicana en la Cámara de Representantes de Estados Unidos. Con este ajuste, el partido de Donald Trump podría pasar de controlar el 66% de los escaños a dominar el 79% de la delegación texana, a pesar de que su respaldo real en las urnas no corresponde con esa proporción (¿le suena conocido?).
Los trazos del mapa no fueron inocentes o aleatorios: las nuevas circunscripciones se concentraron en áreas urbanas de Houston, Dallas y Austin, diseñadas para “empacar” a votantes demócratas en distritos reducidos y “quebrar” la fuerza electoral de las minorías en otros. En palabras llanas, se trata de una vieja técnica de manipulación de geografía política llamada gerrymandering que fue aplicada como manual.
El término gerrymandering suena sofisticado, pero describe algo viejo y tramposo: se trata de dibujar los mapas electorales de forma que favorezcan al partido en el poder.
La trampa funciona así: Imagine usted que los votos son como frijoles en la mesa. Si los esparce por toda la superficie, nunca van a llenar un plato; eso se llama “cracking”: consiste en dispersar a la oposición para que nunca alcance mayoría en ningún distrito. Si, en cambio, los amontona todos en un mismo plato, tendrá un guisado, pero sólo uno en ese plato; eso es el “packing”, concentrar a los contrarios en un distrito para que no pinten en los demás y no obtengan otras victorias. Hay otras modalidades igual de creativas: juntar dos distritos para obligar a que candidatos de oposición se peleen entre sí (hijacking), o cambiar la rayita del mapa para que un político termine compitiendo en una zona donde nadie lo conoce (kidnapping). Lo que quiero destacar es que todo esto se hace con precisión, y bajo la excusa de que “así salió el mapa”. En Texas, los republicanos lo aplicaron como quien corta el pastel y se sirve siempre la rebanada más grande, dejando las migajas a la oposición.
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¿Por qué debería importarnos lo que ocurre en Texas? Porque México enfrenta un debate sobre reformas electorales que, de aprobarse, podrían abrir la puerta a dinámicas similares. La tentación de que los gobiernos en turno influyan en la delimitación de distritos, en la integración de los órganos electorales o en las reglas de la contienda no es nueva. Lo nuevo sería hacerlo con mecanismos menos vigilados y más vulnerables a la manipulación política.
En nuestro país, los distritos federales y locales los define el Instituto Nacional Electoral (INE) mediante criterios técnicos, presencia de los partidos y con supervisión ciudadana. Este arreglo no es perfecto, pero sí constituye un dique frente a la intromisión partidista. Cualquier intento de debilitar esa imparcialidad, de colocar la tarea en manos de actores directamente interesados en el resultado, significaría repetir la lección texana: la regresión autoritaria disfrazada de procedimiento administrativo.
Lo que Texas muestra es que la manipulación de reglas electorales es un recurso hegemonía para liderazgos populistas y partidos que temen perder su peso real en las urnas. No es casual que el rediseño se concentre en distritos que Donald Trump ganó con más de diez puntos de diferencia en 2024: se trata de blindar ventajas antes de que la demografía cambie el panorama.
En México, donde también se discuten reformas al sistema judicial y electoral con una lógica de control político, el paralelo existe. El riesgo no es abstracto: existe la posibilidad real de que la geografía política -que tiene incidencia en la representación- sea definida empleando técnicas como el gerrymandering para garantizar la representación mayoritaria de un grupo en el poder, de forma desproporcionada al porcentaje de votos obtenidos de manera real en las urnas.
La literatura lo ha advertido: democracia no se desmorona con un golpe de Estado, sino con decisiones graduales que reducen contrapesos y distorsionan la representación. Texas ofrece una alerta temprana: las reglas electorales no deben ser campo de batalla de coyunturas partidistas. Lo que ocurrió en Texas puede pasar en México.
X. @marcoivanvargas