Universidad, universo
Cuando doy clases en la Universidad me enfrento, dependiendo el semestre, a dos grupos de estudiantes. Unos me llegan fresquitos y en enero, casi preparatorianos, porque doy clases en segundo semestre. Los otros, los del semestre de agosto, llegan creyéndose abogados porque les falta escaso año para salir de la licenciatura. Como se imaginarán, cada grupo presenta retos distintos. En el primero hay que todavía hacerles ver que ya no están en preparatoria, que la vida adulta ya empezó. Con el segundo grupo hay que recordarles que todavía no se titulan, que no tienen cédula para ejercer, y que, por tanto, deben ir a clase antes que cualquier otra cosa. La madurez en uno y en otro grupo está claramente diferenciada.
Esta semana la Uni vuelve a clases, primero los de nuevo ingreso y luego todos los demás. Quiero hoy escribir aquí lo que les digo siempre a mis alumnos y alumnas, sin importar si están en segundo o en noveno semestre, y para que usted, lectora, lector querido, si tiene criaturas que se estrenan en esa esquina académica, lo sepa.
Creo que en México hay pocos espacios donde pueda vivirse la verdadera universalidad, es decir, un lugar en donde se conjunten absolutamente todas las corrientes ideológicas, económicas, sociales y culturales de una sola vez, de guamazo, pues. Las Universidades públicas mexicanas, la de San Luis o cualquiera otra, ofrecen esos espacios.
En un salón de la Uni pueden observarse de golpe desde los alumnos acomodados que han vivido sin mayores restricciones económicas, hasta aquellos que han sufrido carencias serias y a penas la libran. En la Universidad puede verse a la chica que tuvo una educación privilegiada y la aprovechó, hasta el chavo listísimo pero que, producto de un sistema educativo deficiente, no pudo explotar aquello que quizá en otras circunstancias, le hubiese entregado mayores herramientas. En la Universidad pueden convivir el chico privilegiado que desperdició todos aquellos instrumentos; con la chica que, a pesar de las fallas educativas que vivió, entrega todo para salir adelante. En la Universidad se sientan codo a codo el alumno que a penas cumplió los 18 años, con el adulto de 36 años que por fin pudo estudiar una carrera. En la Uni puede dar clase el profe mas comprometido y preparado y a la siguiente hora tener a una maestra que le vale absolutamente gorro, que va a faltar frecuentemente o que no va a preparar su clase ni yendo a bailar a Chalma. En la Uni habrá períodos de formación que van a trascender mucho más allá del campus y que resultarán los elementos clave para la vida profesional. En la Uni nos daremos verdaderamente cuenta de los temas que nos apasionan y que serán el faro para decidirse a seguir con un posgrado. En la Uni nos haremos compas de personas que años atrás hubiesen sido impensables y se generarán relaciones afectivas y profesionales que tendrán larga vida. En la Uni se debatirán las ideas más reaccionarias y conservadoras frente a las más liberales y progresistas; porque para eso es la Universidad, para debatir, para escuchar lo que los demás piensan y que es diferente, porque la Universidad aspira a generar entendimientos, crear acuerdos y con eso, crear conocimiento y participar del conocimiento del otro.
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La Universidad es el Aleph de Borges, el cosmos de Sagan. Y una está ahí en medio de todo, viéndolo todo, escuchándolo todo, tomando todo. O al menos de eso debería tratarse: de dejarse tragar por la Universidad, zambullirse en ella, vivirla. Vivirla porque saliendo difícilmente encontraremos un espacio igual. Al egresar, entrará cada quien a su despacho, a su consultoría, a su chamba de gobierno, al posgrado y entonces, todos serán más parecido a nosotros, todos tendremos un común denominador y no volveremos a tener un lugar en donde comprobar que somos diferentes, que respiramos distinto, que vivimos en espacios que parecen galaxias lejanas.
A la Universidad hay que vivirla sin importar que uno sea estudiante, profe, trabajador administrativo o vecino de cualquier campus; porque no se ustedes, pero yo creo que es un privilegio poder entrar cada día al universo entero concentrado en un salón de clases.