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Volver Distintos

Por Marta Ocaña

Agosto 06, 2025 03:00 a.m.

A

Esos días de vacaciones, en los que se guardan en un cajón las noticias nacionales, el trajín diario y los horarios en Excel, llegan a su fin y parecen tomarnos por sorpresa. Como si nunca lo hubiéramos marcado en nuestras agendas. Como si resistirnos a ese final fuera nuestro último intento por alargarlo un poco más.

Días antes, el inconsciente empieza a deshacer capas en la mente, hasta alcanzar esa superficie que conecta con la realidad. Una realidad que se impone lentamente, por más que la voz cantante del “yo” intente evitar sumergirse nuevamente en la rutina que, durante ese merecido impasse, habíamos logrado suspender.

Sentimos que regresamos incluso antes de partir. Mientras el sol de otro cielo y el aire de otro viento aún nos acarician, ya intuimos el momento en que todo volverá a hacerse presente.

Madrugar para llegar al aeropuerto, revisar los documentos, poner la alarma, imaginar contratiempos, planificar las comidas y los descansos: todo eso empieza a ocupar espacio como titulares de periódico en la prensa de nuestras mentes.

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Y aunque volver de unas vacaciones se siente como si hubiéramos viajado a otro mundo —como si volviéramos desde otro idioma, otro ritmo—, el regreso también tiene sus encantos. No siempre terminar las vacaciones es como romper un hechizo y volver en una calabaza a las doce de la noche. A veces, regresar es también reencontrarse.

Esos días nos dejan —como se dice en las novelas— el corazón henchido. Pasar tiempo con hijos que están lejos es como sentir que la vida comienza de nuevo. Despertar en otro meridiano, con otras rutinas y conversaciones, nos permite revalorar lo cotidiano: eso tan “normal” que hoy es casi extraordinario, en un mundo “instagrameable” donde parecer feliz en lugares maravillosos se ha vuelto casi una obligación.

La vacación, sea en lugares exóticos, en familia, solos o con amigos, se parece mucho a una pausa en el tiempo. Una tregua con uno mismo. Y al regresar, no somos exactamente los mismos.

Volvemos con la mirada más amplia, con memorias recientes que aún huelen a mar, a montaña, a sobremesa larga. Volver, entonces, no es solo cerrar una etapa, sino traerla con nosotros como semilla para sembrar en la vida diaria.

Quizás ese sea el verdadero sentido del descanso: no huir del mundo, sino regresar a él un poco más livianos, más atentos, más vivos.