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El décimo círculo del infierno

Por Yolanda Camacho Zapata

Agosto 19, 2025 03:00 a.m.

A

Si Dante hubiera escrito la Divina Comedia en México y en esta época, estoy segura de que hubiese agregado un décimo círculo en donde estuviera el SAT. Todo comenzó cuando recibí un bien redactado y automatizado correo electrónico informándome que mi firma electrónica estaba por vencer. Han ustedes de saber que yo le tengo miedo a dos cosas en esta vida: a mi mamá y al SAT (en ese orden), entonces me apresté a seguir una serie de indicaciones para, a la brevedad, renovar mi FIEL. 

Así, me fue recomendado realizar tal trámite desde mi celular, siguiendo los pasos de la plataforma en cuestión. Como sé que los aparatos huelen el miedo, con toda la calma realicé por lo menos cuatro intentos para realizar el trámite desde la comodidad de mi hogar. Todos fueron fallidos. La plataforma no funcionó… hasta la quinta, que pude acceder. Seguí una serie de pasos hasta el final, donde grabé un video leyendo un párrafo de contenido bizarro y me sentí triunfal. Craso error. No hubo manera de bajar el archivo que se supone contendría los archivos electrónicos con la firma renovada. Para no hacer el cuento largo, después de dos llamadas largas a la institución (eso sí, con gente muy amable) y dos textos de aclaración, tuve que ir cita en la oficina en cuestión.

El SAT ha encontrado la manera de hacernos creer que uno va avanzando. Llegué a un atiborrado espacio con almas penitentes buscando absolución y primero una chica con chaleco donde se leía que era prestadora de servicio social, nos sentó en una larga fila. Ahí, nos puso a jugar el juego de las sillitas versión adulta: cada que alguien era llamado a una ventanilla, el que estuviera a lado, se movía a la silla que había quedado vacía y así se iba recorriendo toda la fila. Si el calor o el sueño estaba a punto de vencernos, uno se obligaba a despertar pasando a la siguiente silla.

Cuando las sillas se acababan, se desbloqueaba el segundo nivel, pasando a otro espacio, pero con menos sillas. En ese punto yo ya me sentía muy orgullosa por haber pasado antes por 33 sillas distintas, aunque no sabía que me esperaban otras 20 por recorrer. Yo, ilusamente, pensé que ya iba a pasar a una ventanilla directo, pero nada, tenía otras sillas en las que debía sentarme de-una-por-una. Por ahí de la silla 15 del nivel 2, me di cuenta de que estaba muriendo de sed. A mis pies había un chavito de unos 10 años, sentado en el suelo, recargado en una columna esperando a su abnegado padre. Sentí compasión hasta que vi que el chavo estaba mejor armado que yo: tenía una Tablet donde jugaba Minecraft, a su lado, un envase de yougurt líquido de piña con coco, una botellita de agua y una envoltura que tenía unos panquecitos a la mitad. Le tuve envidia, lo confieso y mi ánimo decayó: había pasado ya una hora y ni siguiera había estado frente a nadie para solucionar el que me habían dicho, era un sencillo trámite y yo ni siquiera tenía panquecitos.  

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Finalmente desbloqueé el nivel tres: entré a una salita donde había o10 diez sillas y dos chicas atendiendo, ahora sí, a quien recorría los 10 asientos. En el nivel tres había aire acondicionado, así que me sentí realizada. Llegué frente a la computadora y en cosa de diez minutos me entregaron los archivos electrónicos deseados. Eché las campanas al vuelo… hasta que me dijeron que me quedara, porque de ahí tenía que tomar un turno y pasar a otra ventanilla.

Regresé a la misma sillería del inicio, pero a las tres filas delanteras de donde estuve en el nivel uno. Cuando se desbloqueó el nivel cuatro, que no sabía que existía, supe que me encontraba en la merita médula del décimo círculo del infierno. Me arrepentí de mis pecados, hice actos de contrición, prometí mandas, me encomendé a diversas virgencitas. Pasé mi cuerpecito de silla en silla casi 60 veces. Aquello era la desesperanza completa: sólo dios sabe que orden tengan, pero en la pantalla de turnos bien puede aparecer el número 365, luego el 28, seguido de 134. Todo se convierte en algo muy bíblico: “Nadie sabe el día ni la hora en que será llamado a rendir cuentas”

Pasó más una hora donde mi paciencia fue probada al máximo, también mi hambre, mi sueño y mi sed. Reporto que estoicamente soporté y salí airosa: Tres horas con doce minutos después de mi ingreso inicial, obtuve finalmente la carpeta de archivos comprimidos que serán el faro de luz de mis impuestos los siguientes cuatro años. Los empleados del SAT tienen mis respetos por trabajar en un sistema que nomás no encuentra cómo hacerse eficiente. 

Sufrí, pero por hoy lo logré. Tomé aire en Aránzazu, quise ir a comprar chocolates Costanzo para celebrar, porque me sentí toda una virtuosa digna del cielo de los contribuyentes, un ejemplo de estoicismo, una ciudadana ejemplar. Había superado los cuatro niveles. Por lo pronto, estoy en el cielo, claro, hasta que presente mi siguiente declaración.