El mito de la función
Pedro Aspe, secretario de hacienda en el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, no solo se hizo famoso por patear el bote de la parte de responsabilidad que le tocaba asumir sobre el error de diciembre de 1994, que desencadenó una descomunal crisis económica en el país, sino por su consideración de la pobreza (incrementada a fines de ese sexenio) como un “mito genial”. A pesar del cacareado programa social salinista denominado “Solidaridad”, se terminó ese gobierno con más pobres que cuando inició. La “solidaridad” salinista terminó siendo, literal, un buen chiste, con el propio expresidente Salinas haciendo una huelga de hambre en un suburbio pobre de la ciudad de Monterrey, buscando expiar la culpa por el desastre bien organizado que le dejó a quien sería su sucesor, Ernesto Zedillo, que dicho sea de paso, igual concluyó su mandato con magros resultados en términos de lo que denominó “bienestar para tu familia”.
Solidaridad fue un descarado programa clientelar y electorero de Salinas, condenado al fracaso porque no atendía el fondo del problema de la desigualdad económica y descansaba en el más burdo asistencialismo. Pero la consideración de Pedro Aspe fue la cereza del pastel mal cocinado, en términos de “jugarle al enmascarado” y pretender hacernos creer que la pobreza era un cuento inventado para desprestigiar a ese gobierno que llegó al punto de tratar de encabezar la Organización Mundial de Comercio. Obviamente, el relato meramente abstracto de la pobreza, cual mito genial, se les vino abajo. La realidad concreta resultó más terca y la pobreza siguió creciendo en los siguientes sexenios de los gobiernos neoliberales. Ciertamente, parafraseando a Roger Bartra, “no es lo mismo la función del mito que el mito de la función”. El mito es un relato cuya verdad puede tener asideros lógicos pero no siempre históricos y, en el caso del “mito genial” del salinismo, la historia terminó por develar el engaño de un discurso “modernizador” de la economía nacional para sacarla de un peculiar subdesarrollo.
Lo anterior viene a propósito porque el INEGI (Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática) acaba de señalar que en el sexenio 2018-2024 se tuvo una reducción de la pobreza de 13.4 millones de personas y eso es, sin duda, un dato concreto del resultado de una política económica distinta a la de los gobiernos neoliberales. No hace falta tanto quebradero de cabeza para darse cuenta que, por lo menos, dos factores han sido esenciales para ese logro: la reivindicación salarial reflejada en un aumento sin precedentes del ingreso mínimo, potenciando ampliamente su poder adquisitivo, así como la política de bienestar social con programas de alcance universal y, sobre todo, garantizados constitucionalmente como derechos y no como dádivas susceptibles de manipulación clientelar. El fortalecimiento del ingreso salarial es la más clara manifestación de la diferencia de política económica implementada por un gobierno distinto al orientado por el neoliberalismo depredador, toda vez que va al meollo del problema esencial de la relación trabajo-capital.
Aquí se ha planteado antes: la ley de acumulación de capital descansa precisamente en minimizar el impacto de una remuneración salarial, asumiendo que sea cual fuere su monto, basta con otros componentes de bienestar social que, ciertamente son importantes para complementar los ingresos del trabajador, pero la remuneración salarial por sí misma es fundamental porque es allí donde, precisamente, se enmascara la ganancia desmedida del capital. No es fácil, por supuesto, mantener el equilibrio de la relación capital-trabajo cuando se ponen en cuestión práctica esos mecanismos ocultos de lucro, pero también es sabido que, con todo y eso, siempre hay margen de ganancia para mantener la inversión. En su momento, no faltaron los agoreros del desastre que señalaban que aumentar salarios de manera significativa provocaría cierre de empresas y hasta fuga de capitales al exterior, pero eso no sucedió porque eso era otra expresión del mito de la función de la oposición.
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