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In-D: Black Sabbath, un milagro de la ciencia

Por Daniel Tristán

Julio 09, 2025 11:23 a.m.

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In-D: Black Sabbath, un milagro de la ciencia

A estas alturas, si alguien todavía duda de la existencia de los milagros, basta con mirar el último concierto de Black Sabbath para convencerse de que no solo existen, sino que se suben al escenario, empuñan guitarras y destrozan tímpanos como si la vejez fuera apenas una teoría conspiranoica. Porque sí: los cuatro miembros originales (Ozzy Osbourne, Tony Iommi, Geezer Butler y Bill Ward) fueron los mismos que encendieron la mecha del heavy metal allá por 1968, y los mismos que, en un acto de resistencia casi antinatural, apagaron la luz más poderosa de la historia del género más de medio siglo después. Los cuerpos de estos cuatro seres humanos son un milagro de la ciencia. Su capacidad de resistencia, el aguante de cada engranaje de su osamenta, la forma en la que su sistema nervioso y respiratorio se mantiene en operaciones después de darle la vuelta al universo entero.

¿Acaso no es para frotarse los ojos hasta sangrar? ¿Dónde están los colapsos? ¿Dónde las válvulas cardíacas gritando auxilio? ¿Qué clase de alquimia bioquímica permitió que estos cuatro hombres sobrevivieran no solo a los años, sino a sí mismos? Que nadie se equivoque: esto no fue un simple show de despedida, fue la coronación de cuatro superhombres cuya biología contradice todas las leyes naturales. Cuatro sujetos que deberían estar en laboratorios, no en escenarios. Lo de ellos ya no es rock; es una clase de biología, es una película de ciencia ficción.

Ozzy Osbourne hizo valer su peso como atleta de del exceso. Cada frase que cantó, cada agudo que intentó alcanzar, fue una especie de round pugilístico. Un combate entre su voluntad y su sistema nervioso, una pelea entre lo que su cerebro quería hacer y lo que su cuerpo estaba dispuesto a tolerar. Y aun así, ahí estuvo, moviéndose como un zombie hiperactivo, guiado por esa ancla mental que le impide caer al piso. Iommi hizo lo propio. Su presencia fue la de un superhombre que, lejos de retirarse, decide desafiar las leyes de la ciencia y de la lógica, solo por diversión. Butler probablemente sea el que se mostró en mejores condiciones, tanto musicales como físicas. Ver a Bill Ward golpear los tambores fue como ver a un exorcista espantando demonios, uno por cada año de excesos, enfermedad y tiempo.

No es casual que el concierto haya tenido el aire lúgubre de un funeral. Porque en efecto lo fue: el funeral del heavy metal como lo conocíamos. Se cerró un ciclo, y aunque el género seguirá, será como el eco de una voz que ya no está.  La oscura escenografía con atmósfera de catedral pagana, no hizo más que reforzar la idea de que aquello era un ritual. No una despedida cualquiera, sino el último suspiro de una era que ya no volverá. Al final sonaron los acordes de "Paranoid" y fue como si los cuatro, en un último esfuerzo de alquimia, exhalaran su alma musical ante miles de personas  que sabían que presenciaban el fin de un capítulo de la historia musical de la humanidad.

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Lo que hizo esta banda no fue solo sobrevivir. Fue resistir al tiempo con una mezcla de terquedad, genio y una fisiología que merece ser estudiada por la ciencia. Mientras bandas más jóvenes se disuelven por "diferencias creativas" o sobredosis de ego, Sabbath aguantó todo: enfermedades, adicciones, desencuentros y el innegable paso de los años. Lo suyo fue una maratón espiritual.

Y al final, cuando Ozzy lanzó su último saludo con las manos en el aire y se apagaron los amplificadores, todos entendimos que no estábamos diciendo adiós a una banda, sino despidiendo a una era completa. Una era que respiraba a través de pulmones corroídos por décadas de humo, pero que, aun así, se negaba a morir. Black Sabbath no solo inventó el heavy metal. Lo enterró con honores. Y lo hizo con los mismos cuerpos que lo parieron. Díganme usted, mi estimado lector, si eso no es un milagro.