In-D: SWAG de Justin Bieber, un grito de auxilio

La tristeza tiene formas que no caben en los espejos. Algunas veces se oculta en el ritmo, en la armonía, en un falsete quebrado que parece volar pero siempre termina por caer. Otras veces toma el cuerpo de un ídolo, un joven con millones de discos vendidos, cuya sonrisa se ha convertido en máscara, y cuya máscara se ha soldado al rostro como una segunda piel. Justin Bieber, en su nuevo álbum SWAG, no canta desde la cima del éxito: grita desde una caverna emocional en la que apenas queda eco. Y en medio de ese eco, aparece una voz inesperada, disonante, incómodamente lúcida: la risa del comediante Druski, quien colabora de manera intermitente con diálogos cómicos entre canciones.
SWAG no es un álbum, es una ruina sonora. Cada canción es un ladrillo suelto, una grieta en la fachada de lo que alguna vez fue la maquinaria pop más aceitada del siglo XXI. Lo que escuchamos no es la obra de un artista en control de su carrera, sino el diario íntimo de alguien que intenta no derrumbarse. Y lo más brutal es que no se derrumba en silencio: lo hace bailando, entre samples, confesiones y coros pegajosos. Bieber se ha convertido en el payaso triste: ese arquetipo devastador que ríe a ratos sin notar que su risa es apenas una capa de pintura sobre un muro que se agrieta.
Ahí, entre canción y canción, entra Druski. No como comediante, sino como regulador emocional. Como un mecanismo de defensa incorporado a la narrativa del álbum. Como el bufón del rey que, en lugar de entretener a la corte, entretiene al propio monarca para que no se quite la corona y se ahorque con ella. En "Therapy Session", "Soulful" y "Standing on Business", Druski no interrumpe el discurso: lo sostiene. Su humor absurdo, sus comentarios banales, sus frases hilarantes no son ruido, son respiraciones asistidas. Son las pausas necesarias en un discurso que por momentos amenaza con colapsar bajo su propio peso.
Cuando Justin dice en "Therapy Session" que está cansado de que todo el mundo le pregunte si está bien, no lo dice como quien busca atención: lo dice como quien ya ha dejado de preguntar por sí mismo. Y es Druski quien responde, no con consuelo, sino con humor: "Empieza a fumar un Black & Mild conmigo". Y uno ríe. Pero es una risa amarga. Una risa que nace del reconocimiento. Porque todos, en algún momento, hemos necesitado un Druski en nuestras vidas: alguien que nos diga algo tan absurdo que rompa la espiral de pensamientos oscuros que amenaza con devorarnos. No para negar el dolor, sino para hacerlo habitable.
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Hay algo profundamente poético en cómo Druski se convierte en la conciencia de Justin. Como si fuera una suerte de Pepe Grillo moderno que, en lugar de hablar con moralismo, lo hace con memes, cigarros y frases de bar. Justin no necesita que alguien le diga qué hacer. Necesita que alguien le diga que existe más allá de su tristeza. Que puede seguir hablando, respirando, incluso si todo alrededor suyo parece venirse abajo. Y Druski, con su risa, le recuerda eso. No con esperanza, sino con sarcasmo. Y a veces, eso basta.
La figura del payaso triste recorre todo el disco como un fantasma.
En "Therapy Session" Justin dice algo que suena más a confesión que a canción:
"Siempre me preguntan si estoy bien.
Y eso empieza a pesarme...
Me hace sentir como si fuera yo el que tiene problemas, y todos los demás son perfectos".
Hay algo casi "Pinochesco" en la dinámica entre el cantante y el comediante. Justin como el muñeco de carne y fama que intenta convertirse en humano, y Druski como su Pepe Grillo. No lo sermonea. No le dice qué hacer. Solo aparece para recordarle que está vivo. Que puede seguir respirando. Que puede tropezar y, aun así, mantenerse de pie.
El artista que crea desde el dolor a menudo se convierte en su propio objeto de tortura. Bieber ha pasado por todos los estadios: el fenómeno, el mártir, el esposo, el padre, el creyente, el renegado. Pero SWAG no está tratando de decirnos quién es ahora. Solo está mostrando cómo se siente no saberlo.
SWAG no es un álbum para entender. Es un álbum para presenciar. Es el documental sonoro del colapso silencioso de alguien que ya no tiene nada que ocultar. Justin no está tratando de sonar fuerte. Ni talentoso. Solo está tratando de no romperse. Y cuando se rompe, lo hace con estilo. La última imagen que deja SWAG no es musical. Es emocional. Es la idea de un hombre solo en una habitación, rodeado de premios, de millones de oyentes, de contratos, de hijos, de una esposa hermosa, de fe... y sin embargo, solo. Roto. Riéndose por reflejo. Hablando con su conciencia en voz alta. Llamándola Druski.
Y entonces se oye la carcajada una vez más. Y por un segundo, no sabes si estás escuchando una broma o un llanto. Y ahí está el corazón de todo esto:
"El verdadero artista es aquel que aprende a llorar con los dientes apretados, mientras todos los demás aplauden".
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