HUELLAS QUE PESAN: VIAJAR SIN DESPLAZAR
Cada verano, miles de mexicanas y mexicanos cruzan el Atlántico para recorrer las calles de Europa. París, Roma, Barcelona, Ámsterdam, Lisboa. Lugares donde la historia se mezcla con el presente, donde los museos, cafés y monumentos parecen estar esperándonos.
Pero lo que muchas veces no vemos —o no queremos ver— es que esos mismos lugares que tanto admiramos están luchando por mantenerse en pie… no frente a guerras o crisis políticas, sino frente al turismo mismo.
Sí, el turismo también desgasta.
Barcelona ha tenido que imponer límites. Venecia cobra entrada al centro histórico. En Mallorca, activistas piden a los turistas no visitar la isla en temporada alta. En Lisboa, el centro se ha vaciado de residentes para llenarse de maletas. Y en todas estas ciudades, la misma queja: aumento de precios, escasez de vivienda, pérdida de identidad.
¡Sigue nuestro canal de WhatsApp para más noticias! Únete aquí
Protesta contra el turismo masivo en Barcelona. Acto simbólico de denuncia por el aumento del costo de vida y la pérdida de vivienda en el centro histórico.
Un caso reciente lo vivió Josep Torrent, un maestro de 49 años que llevaba más de dos décadas viviendo en el mismo departamento en el centro de Barcelona. Fue desalojado cuando el edificio donde vivía fue vendido a inversionistas que planeaban convertirlo en alojamientos turísticos. Su caso, emblemático, desató protestas vecinales bajo el lema “Defender Casa Orsola”. Gracias a la presión social, el desalojo fue suspendido temporalmente, pero la amenaza persiste. No es un caso aislado. Es una advertencia.
Aunque cueste aceptarlo, el turismo masivo —aun el que parece inofensivo— puede transformar profundamente un barrio, una ciudad, una vida. Y nosotros, los viajeros mexicanos, también formamos parte de ese engranaje.
No se trata de culparnos por querer conocer el mundo. Viajar es uno de los grandes privilegios del presente. Pero como cualquier privilegio, también conlleva una responsabilidad.
Podemos elegir cuándo, cómo y por qué viajamos. Y en esa elección, marcar la diferencia.
Podemos evitar la temporada alta y buscar momentos en que las ciudades respiren. Podemos hospedarnos en hoteles pequeños o en casas gestionadas por residentes locales. Lugares como Hotel Flora en Venecia, un espacio familiar con conciencia ecológica y tradición desde los años 60; Breac House en Irlanda, una casa íntima en manos de sus propios dueños, o incluso El Newt en Somerset, un hotel boutique en medio del campo inglés que une arte, producción local y sostenibilidad. También hay cadenas responsables como Guldsmeden Hotels, con presencia en Escandinavia y Berlín, que ofrecen confort sin renunciar a la ética ambiental.
No siempre es fácil dar con estas opciones en un mar de plataformas digitales. Y ahí es donde el acompañamiento informado de un agente de viajes puede marcar la diferencia: alguien que no solo conoce hoteles, sino historias, contextos y comunidades.
Podemos caminar más, consumir más cerca, aprender algunas frases, informarnos sobre el contexto de los lugares que visitamos. No es necesario renunciar al viaje, sino hacerlo más humano, menos extractivo.
Al final, nosotros sabemos lo que se siente. Lo vivimos en la Ciudad de México, en Oaxaca, en San Miguel, en Tulum. Vimos cómo los barrios se transformaron en escenografías, cómo los vecinos se fueron, cómo las rentas subieron. No somos ajenos a esa historia. La conocemos desde adentro.
Por eso, tenemos una ventaja: podemos viajar con empatía. Porque ser turista no debería ser sinónimo de invadir, sino de aprender a pisar con cuidado. Porque viajar también deja huella… y elegir qué tipo de huella dejamos, esa sí es una decisión individual.
¿Quieres saber más sobre cómo viajar de forma más consciente y encontrar hospedajes que respeten el lugar que visitas? Sígueme en @ocana9646 y@viveviaja para descubrir propuestas éticas y bien pensadas. Porque viajar mejor también se aprende.